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BERLINALE 2010 Competición / Francia

Depardieu, Mammuth y la felicidad

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La presentación en la víspera de la entrega de los Osos, de Mammuth [+lee también:
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, la penúltima película en concurso, fue como un soplo de aire fresco para el público, que la acogió con carcajadas unánimes. Este es el cuarto largometraje dirigido por Benoit Delépine y Gustave de Kervern, creadores de Groland (el absurdo país imaginario) y autores de Louise-Michel, en la que proclaman la gran influencia cinematográfica de Aki Kaurismaki.

En Mammuth, escrita para Gérard Depardieu, el gran actor francés abandona su habitual truculencia para encarnar con finura y generosidad un personaje entrañable y tierno que se aburre tras su jubilación. Poco después, sin embargo, para conseguir la pensión completa, el protagonista se verá obligado a montarse de nuevo en su vieja moto Mammuth, de donde viene el apodo, y recopilar las nóminas de todos los empleos de corta duración que ha desempeñado a lo largo de su vida: desde portero a experto en jamones, pasando por sepulturero.

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El tono de comedia desfasada está perfectamente introducido al comienzo del filme por la siempre fabulosa Yolande Moreau en su papel de esposa que lleva los pantalones en la relación con el memo de su marido. Lo que en esta cinta hace llorar de risa no es un humor previsible, grosero o ridículo; son las propias situaciones absurdas que plantean con inteligencia los autores las que provocan la carcajada general.

No obstante, y tras varias secuencias hilarantes y a la vez soberbias, a medida que Mammuth viaja por su pasado a través de Francia, la película adquiere una cierta nostalgia poética con la presencia de Isabelle Adjani, el fantasma del primer amor de nuestro héroe. Su encuentro con su nieta Miss Ming (interpretada por la poeta homónima), una especie de Facteur Cheval en femenino que ve el mundo a través de un cristal tierno, lírico y marginal, tendrá un efecto liberador: Mammuth comprende entonces que lo único que le queda por hacer es, simplemente, «ser».

Mammuth saca de su particular personaje su infinita ternura y su alegría; como Depardieu explicó a los periodistas, el actor no necesitó inspirarse en la vida sencilla y humilde de su propio padre pues no le costó trabajo identificarse directamente con el personaje, cuya vida y cuyos éxitos son ya pasado y que por tanto no le queda más que ser y amar. La obra, generosa, consigue de alguna forma a mantenernos el corazón en vilo en un ejercicio cinematográfico que refleja también la mirada bromista de sus autores, además de su habilidad.

En efecto, el otro desafío propuesto con esta película es que pese a su impacto (o bajo el impacto) cómico, Delépine y Kervern han firmado una obra «artística» (en palabras de Depardieu durante una conferencia de prensa jovial y cercana que relajó los nervios de todos los presentes): una obra con toques dadaístas, perfectamente cimentada en una locura fresca y liberadora.

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(Traducción del francés)

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