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BERLINALE 2017 Competición

Django: un elegante homenaje

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- BERLÍN 2017: Étienne Comar brinda un biopic verdaderamente logrado, a un tiempo cargado y ligero, que rinde homenaje a la figura de Django Reinhardt y nos lleva con él al cine “para soñar”

Django: un elegante homenaje
Reda Kateb en Django

La Berlinale ha arrancado este año en un bosque ardenés un poco brumoso, pero repleto del calor de una música ligera como las mariposas, hecha de alegría pura. El film inaugural de esta 67ª edición del gran festival de los Osos lleva un nombre gitano: Django [+lee también:
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Y el autor de la cinta, el productor y guionista francés Étienne Comar (De dioses y hombres [+lee también:
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), que debuta con ella en el largo, ha rendido un oportuno homenaje a este gran nombre del jazz. No solo ha superado el reto de evocar, con la singular elegancia que merece, la mítica figura de Django Reinhardt, en un biopic que evita los escollos habituales del género (empezando por la tendencia a reducir un buen tema a un cliché de 1 hora y 50 minutos más plano que un personaje de ficción), sino que además lo hace en un contexto histórico cargado de significado, el de la Ocupación y la persecución de los nómadas por los nazis, logrando también en ese aspecto, tanto en el fondo como en la forma, no realizar la enésima película sobre la Segunda Guerra Mundial. Ni mucho menos. Quizás porque no cede a la tentación de sobrevolar todas las peripecias de la vida del músico gitano, sino que se centra en un momento particular, un momento grave para él y para la comunidad sinti, quizás por eso Comar consigue —sin fuegos artificiales, con una sinceridad de registro que casa bien con la alegría pura de los contratiempos juguetones que revolotean bajo los dedos inimitables de Django— transmitirnos algo muy profundo sobre el músico y sobre su universo.

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El film muestra bajo una nueva perspectiva una época del jazz, aquella en la que Django (Reda Kateb) era el ídolo de todo París, el hombre por quien todos esperaban —él, por despreocupación y parsimonia, nunca era puntual—. Pero también vemos la medida en que el guitarrista, como estrella, era a un tiempo intocable y obstinadamente perseguido por el ocupante, a través de situaciones de un absurdo casi teatral, como los conciertos que debe dar para oficiales nazis, bajo la condición, claro está, de amputar en su música todo lo que la diferencia del vals (la lista de prácticas musicales prohibidas casi hace sonreír, de tan estúpida que resulta). Y luego le oímos hablar su lengua, donde afloran todos los sonidos indoeuropeos y en la cual su vieja madre esconde la picaresca cuando regatea, sin ceder un ápice, con los payos; porque también conocemos a su familia, en el sentido estrecho y en el amplio de la gente nómada, así como todos los músicos y una bella protectora llamada Louise, que interpreta Cécile de France con una compostura y una independencia llenas de gracia.

A lo largo de toda la película, no nos apartamos de este personaje tranquilamente magnético, encarnado por Kateb con una sensibilidad que aúna la sobriedad y la generosidad, y es porque la cinta pone al espectador en una actitud de afecto instintivo, una especie de escucha. Esto también vale para los otros personajes, y para la manera natural e intuitiva en que se relacionan unos con otros, bien ilustrada por los bellísimos juegos de miradas (imitados por la cámara) que se suceden durante toda la película. Más que seguir a Django en la fuga que le llevará hasta Suiza —permitiéndole regresar, tras la guerra, para ofrecer una sola vez, a todos sus “hermanos gitanos”, un conmovedor réquiem cuya partitura ahora está perdida—, más bien le acompañamos. Recorremos junto a él un pequeño tramo del camino, empedrado de sentimientos que no se expresan con palabras (que el artista no habría sabido ni leer ni escribir): esas emociones delicadas a las que debemos estar atentos, esas que se sumergen en nosotros como un sollozo y que sentimos subir por el pecho, o como esas músicas que invitan a la comunión, y que al escucharlas llaman a mover irresistiblemente el pie marcando el ritmo (sin importar lo que diga la Kommandantur), sin darnos cuenta de que, en algún momento, se nos ha dibujado una sonrisa en el rostro.

Producida por Fidélité Films, Arches Films et France 2 Cinéma, la película es vendida internacionalmente por Pathé International

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(Traducción del francés)

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