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BERLINALE 2014 Competición

Camino de la cruz: el sacrificio de Maria

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- Dietrich Brüggemann compite por el Oso de Oro con una película que cautiva e indigna a partes iguales al presentar a una joven criada en un medio católico integrista que decide entregar su vida a Dios

Camino de la cruz: el sacrificio de Maria

El público del festival de Berlín comenzó su domingo particular con una fascinante lección de catecismo: la de la primera secuencia de Camino de la cruz [+lee también:
tráiler
Q&A: Dietrich Brüggemann
ficha de la película
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, obra del alemán Dietrich Brüggemann que, además de competir por el Oso de Oro de la presente edición, habrá encendido la sangre de muchos. En esta primera escena, Pater Weber (cuya serena brutalidad está perfectamente encarnada por Florian Stetter, el Schiller libertino de la película de Dominik Graf, presentada días antes también en competición oficial), miembro de la Hermandad de San Pío X, prepara a los niños para convertirse tras su Confirmación en soldados de Dios, encargados de hacer salir a Satán de más mínimo dulce, de todo vestido bonito y, sobre todo, de la música, concebida generalmente como producto del demonio. También lo vemos responder a su mejor discípula, Maria (Lea van Acken), una cuestión sobre la posibilidad de sacrificar la propia vida para salvar a un niño enfermo (más tarde sabremos que su hermano más pequeño aún no ha aprendido a hablar, cosa que ningún médico ha sabido explicar). Desde esta secuencia inicial, el público queda petrificado por la inteligencia y la fuerza de la película.

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El impacto de Camino de la cruz se fundamenta en gran medida en el procedimiento empleado por Brüggemann: recorrer las 14 estaciones del camino de la cruz de Jesucristo, elección de la que ya se sirvió en su primer largometraje, Neun Szenen (presentado en Berlín en 2006). El director, de hecho, ha optado por filmar cada escena como si se tratase de un cuadro, en una sola secuencia y un plano fijo, lo que le permite separar con claridad cada capítulo de la pasión de Maria y dotar a los diálogos espirituales que se van sucediendo de una tensión sobrecogedora. Naturalmente, este dispositivo funciona porque lo sustenta un guion impecable compuesto conjuntamente por el propio cineasta y su hermana y colaboradora habitual, la actriz Anna Brüggemann, conocedores del tema religioso y sus derivas integristas en la actualidad puesto que su familia estuvo relacionada anteriormente con tradicionalistas católicos de esta índole.

En la familia de Maria, el personaje dominante es la madre (Franziska Weisz), de una severidad extrema. Muestra de ello es, en el segundo cuadro, la humillación a la que somete a su pobre hija al acusarla de coquetería cuando ésta sólo había osado quitarse el abrigo y quedarse en camisón como gesto de sacrificio, para entregarse al frío. Al igual que Pater Weber, la madre inculca a sus hijos, en especial a la mayor, preceptos que convierten el más mínimo placer en fuente de culpa. Con esta presunción permanente de pecado, la pureza de Maria queda ensuciada: la que menos piedad tiene se burla de la hija devota cuando ésta no aspira más que a convertirse en mártir y santa, padeciendo insultos (que crecen en número e intensidad) y dolores.

Este control absoluto de la madre que se introduce hasta el alma de la hija es el reflejo desasosegante hasta la indignación del integrismo religioso en general. Como apunta Anna Brüggemann, "un sistema que no acepta otra verdad que la propia… niega por sistema la vida". Maria, que admira tanto la piedad de rostro humano de su joven au pair, se halla en una situación invivible producto del fanatismo de su madre. Su sacrificio también es una respuesta a la asfixia que siente, una forma de escapar de ella, siguiendo al pie de la letra, al mismo tiempo la única vía que le han propuesto en su vida, el único modo de conservar el amor del Todopoderoso y el de su madre, y, a ésta última, de sentirse, aun frente a la tumba de su hija, reconfortada en su estrechez de miras.  

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(Traducción del francés)

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