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PELÍCULAS España

El niño: Ley y desorden en el Estrecho

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- Daniel Monzón sustituye los espacios cerrados de su anterior Celda 211 por los horizontes marinos de Gibraltar en este western moderno donde los traficantes cabalgan sobre lanchas motoras.

El niño: Ley y desorden en el Estrecho
Jesús Castro en El niño

Los personajes de esta película -situados a ambos lados de lo establecido- hacen equilibrio en el filo, pues ni unos son totalmente íntegros ni los otros unos desalmados e insensibles bandoleros. Asimismo, ellos desconocen que comparten bastantes cosas -incluso los más maduros podrían ser la evolución de los más jóvenes- y que sus mundos van a acabar enfrentándose de una forma completamente inesperada. 

Estamos hablando del que da título al quinto film de Daniel Monzón, apodado "el niño" (encarnado por el debutante Jesús Castro), un chaval que acostumbra a viajar, conduciendo su moto de agua, desde las playas españolas a las de Marruecos, al otro lado del estrecho de Gibraltar: poco más de diez kilómetros que separan dos continentes, con un tráfico marítimo bestial.

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Su amigo El Compi (Jesús Carroza) le anima a usar esa destreza para pasar mercancías de contrabando. Así, entran en una dinámica delictiva donde la camaradería se combina con el riesgo... y la ambición, con la inconsciencia. Pero la policía aduanera peina esa franja marítima, día y noche, en busca de delincuentes de toda condición. Entre esos obsesivos guardianes destaca Jesús (Luis Tosar, de nuevo a las órdenes de Monzón tras ser Malamadre en Celda 211 [+lee también:
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), un hombre que vive por y para su trabajo, acompañado de Eva, una guapa policía (Bárbara Lennie), y Sergio, un colega veterano como él (Eduard Fernández); todos ellos bajo el mando de Vicente (Sergi López). Mientras en el bando de los jóvenes delincuentes reina la alegría, la ilusión y un compañerismo cristalino, en el de los policías las ocultaciones, la desconfianza y la traición están a la orden del día.

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es un viaje a esa zona en ebullición y un retrato de los intrépidos personajes que la pueblan: las escenas de persecuciones, en el mar o carretera, animan el ritmo de un relato bien regado de adrenalina. Es también una fábula moral en la que todos están tentados por la riqueza rápida, a cualquier precio.

En comparación con la película carcelaria que arrasó en los Goyas 2010 -intimista y cerrada- la nueva aventura de Monzón se desarrolla a cielo abierto, sin más muros que los que bloquean el desarrollo sentimental de algún personaje. Y como en Celda 211, aquí también están esos dos mundos: el del orden y los que se rebelan contra éste. En ambos casos, la cámara, sin desdeñar el espectáculo, sigue atenta a los rostros y a las emociones de sus (anti)héroes.

El prólogo de la película capta el incesante trasiego de contenedores de mercancías del puerto de Algeciras, un mar infinito de hierro filmado con un estilo casi documental que confirma el alejamiento de los planteamientos cinéfilos de las primeras películas del director. Mientras El corazón del guerrero apelaba al cómic y al fantástico; El robo más grande jamás contado delataba el amor de este ex crítico de cine por el de atracos. Y la tercera, La caja Kovak, no disimulaba su rendida adoración por Hitchcock. Ya en Celda 211 se nutrió de la realidad, en la que incide con El niño: son los escenarios naturales, las personas y sus vivencias -recogidas tras un trabajo de investigación in situ a cargo del director y su coguionista (Jorge Guerricaechevarría)- quienes guían su cámara con una mirada casi periodística que no renuncia al espectáculo más físico, sentando así al espectador -como antes lo colocó en medio de un motín- dentro de una lancha a la fuga o en un helicóptero perseguidor, para que sienta así, de cerca y en la piel, cuanto acontece en la pantalla.

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