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SUNDANCE 2015 Competición

El verano de Sangaile: Vertiginosas pasiones de juventud

por 

- La cineasta lituana Alanté Kavaïté se sumerge con sutilidad en las turbulencias del paso de la adolescencia a la edad adulta

El verano de Sangaile: Vertiginosas pasiones de juventud

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(2007), la cineasta lituana afincada en París Alanté Kavaïté regresa por fin con su segundo largometraje, titulado El verano de Sangaile [+lee también:
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, con el que se confirma su innegable talento cinematográfico cimentado en la delicadeza en que es capaz de captar las sensaciones. La cinta, estrenada a escala mundial en la sección competitiva World Dramatic Cinema del festival de Sundance y seleccionada para participar en el Panorama de la Berlinale de 2015, constituye la vuelta a las esencias para una directora que ha optado por rodar en su país natal esta coproducción europea entre Francia, Lituania y los Países Bajos.

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El verano de Sangaile nos sumerge con una enorme sensibilidad en un momento clave en la vida de una joven de 17 años en busca de nuevos horizontes a pesar del peso que arrastra en forma de secretos y miedos. Un tema aparentemente clásico que Alanté Kavaïté consigue trascender con finura anclando su narración en el universo de las acrobacias aéreas, que ejerce una atracción irresistible e inaccesible sobre su personaje principal, y capturando la intensidad de la vida cotidiana en el final de la adolescencia: una edad en la que el deseo y el sufrimiento a veces se confunden. Mezclando con habilidad realismo y poesía, haciendo hincapié en las miradas, en los gestos y en la atmósfera por encima de los diálogos y las explicaciones y jugando con los silencios y los detalles para hacer progresar la intriga sin giros teatrales ilusorios, la directora llama la atención sobre dos actrices jóvenes y prometedoras: la carismática Julija Steponaitytė, en el papel que da título al film, y Aistė Diržiūtė (Shooting Star en 2015 de la European Film Promotion).

"La impresión de que tu corazón va a explotar y, después, todo desaparece. No hay carga ya; te elevas, te disuelves". Eso es, sin duda, lo que sueña Sangaile al asistir a la gala de acrobacias en el aire que abre la película de manera espectacular. De vacaciones de verano en la casa de campo de sus ya mayores padres (con quienes la comunicación se reduce a lo mínimo), la jovencita de Vilnius presenta un carácter solitario que esconde toda una serie de padecimientos que resurgirán a medida que evolucione su relación con la simpática, creativa y un tanto extravagante Aistė, habitante de los alrededores (y de una esfera social mucho más modesta) que suscita el encuentro como si provocara la fortuna. Aisté llevará a Sangaile a las fiestas nocturnas a orillas del lago, convirtiéndose en una especie de agente transformador, un cometa que aparece de pronto y calienta la naturaleza fría de su amiga y pronto amante, una ráfaga de aire fantástico que ayudará a Sangaile a superar sus inhibiciones autodestructivas y a tratar de vencer su vértigo psicológico (frente a la vida) y físico (en ese cielo al que, sin embargo, querría dirigir sus pasos).

El verano de Sangaile muestra todos los talentos de puesta en escena de una Alanté Kavaïté que teje su tela con ligereza sin forzar en ningún momento un guion bastante sostenido. Aprovechando los sugerentes decorados (una central junto a un lago, un pequeño aeródromo, la villa colindante con el bosque, el campo, una carretera llena de postes, etc.), la cineasta juega artísticamente con los recursos de la luz (bien ayudada por Dominique Colin, directora de fotografía) y la música (a cargo de Jean-Benoît Dunckel, miembro del famoso grupo Air) para dar forma a una atmósfera que tiende a lo hipnótico hasta desembocar en una secuencia totalmente onírica. Con la cámara en ocasiones pegada a los cuerpos y siempre situada en un punto fijo, Sangailé restituye maravillosamente bien las vicisitudes de la adolescencia, cuando una imperceptible inflexión puede provocar emociones gigantescas. Bañada por una sensualidad casi coreográfica, la película estudia con profundidad a estas dos adolescentes de 17 años de edad en volandas del movimiento de la vida, sin dejar por ello de deleitarse con asombrosas secuencias de acrobacias aéreas. Las barrenas y los truenos celestes son el eco de una audacia totalmente amaestrada que recuerda a la de una directora cuyo cine, aunque esté enclavado en la vena autorística de vertiente humana, posee grandes ambiciones visuales.

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