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MÁLAGA 2015

A cambio de nada: los chicos del barrio

por 

- El actor Daniel Guzmán demuestra que ha aprendido mucho rodando cortometrajes en su primera película

A cambio de nada: los chicos del barrio
Miguel Herrán y Antonio Bachiller en A cambio de nada

Esta edición número 18 del Festival de Málaga Cine Español está destacando por dos coincidencias. Primero, tres actores –Leticia Dolera,con Requisitos para ser una persona normal [+lee también:
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, Zoe Berriatúa, con Los héroes del mal (leer crítica y entrevista) y Daniel Guzmán, con A cambio de nada [+lee también:
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entrevista: Daniel Guzmán
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– debutan como directores de largometrajes de ficción tras curtirse en el mundo corto. Segunda, varios títulos –Los héroes del mal, El país del miedo (de Francisco Espada, sobre el acoso escolar) y el que nos ocupa, A cambio de nada– retratan la problemática adolescente actual, desde distintos tonos, pero todas cual espejos de una sociedad deficitaria de afectos/comunicación y necesitada de terapia urgente y eficaz si queremos evitar que nuestros cachorros paguen las consecuencias.

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Guzmán, de 41 años, ha tardado diez en levantar este proyecto donde ha puesto mucho de sus vivencias como chico de barrio madrileño. Él mismo se ha embarcado en la tarea de productor ejecutivo y ha logrado el apoyo de compañías como La Competencia, Ulula Films, La Mirada Oblicua y Zircozine (de Luis Tosar, que tiene un breve pero importante rol en la cinta), además de Telefónica Studios, Canal Sur, TVE y Canal+. Hasta Warner Bros. Spain se fascinó con el resultado y decidió distribuirla (la estrenará el 8 de mayo).

Porque lo merece. La película, que podría pasar por un telefilm de sobremesa sobre iniciaciones, se gana al espectador por sus bazas bien engrasadas: transmite verdad, sus personajes son creíbles y los diálogos, geniales. Es muy difícil escribir conversaciones auténticas y a la vez ágiles, brillantes y divertidas, tarea en la que Daniel Guzmán aprueba con notable alto. También el elenco brilla por su encanto, magnetismo y naturalidad: hay que mencionar a la propia abuela nonagenaria del director (Antonia Guzmán) y a dos descubrimientos apabullantes: Miguel Herrán y Antonio Bachiller.

Estos chavales encarnan a Darío y Luismi, amigos inseparables que viven en el mismo bloque de un suburbio obrero. El primero es impulsivo, quijotesco, echado para adelante; al segundo le toca ser el sensato, Sancho Panza, quien tiene los pies en el suelo... hasta que se deja arrastrar por su colega del alma. Pero la situación en casa de Darío no es precisamente idílica, pues sus padres están a la gresca continua tras su separación. Huyendo de ese ambiente hostil, el muchacho encontrará una nueva familia en el dueño de un taller de motos y en una anciana que recoge muebles tirados a la basura.

Con ese conflicto, salpicado de humor campechano, Guzmán alerta sobre cómo los adultos a veces proyectan hacia sus hijos sus problemas y se olvidan de darle su sitio, estima y atención. Lo hace con la soltura narrativa que ya demostró en el cortometraje Sueños, con el que ganó el Goya en 2004, y aunque se ha visto todo el cine quinqui de los setenta, su película no resulta igual de canalla, sino que hermana más con Barrio, de Fernando León de Aranoa: amable, bonita, bienintencionada y simpática, sin supurar la rabia de su más serio rival en esta terna de Málaga: su compañero de oficio Zoe Berriatúa con Los héroes del mal.

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