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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Gorbaciof

por 

- Peligrosa espiral para un carcelero que cae en las trampas del poker y del amor. Un papel de oro para un actor genial en una película que sedujo en la Mostra de Venecia de 2010

¿Es posible construir una película sobre la manera de caminar de un personaje? Viendo Gorbaciof [+lee también:
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, de Stefano Incerti, proyectada fuera de concurso en el Festival de Venecia, se diría que sí, siempre que los pasos no sean de un actor cualquiera, sino de un verdadero maestro como Toni Servillo, que, tras caminar curvado como Giulio Andreotti en Il Divo [+lee también:
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, experimenta en esta ocasión un estilo original, descarado y rápido. Es Marino Pacileo, con patillas y cabello largo, todo un figurín, más conocido como Gorbachof a causa de su llamativo antojo en la frente.

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Gorbaciof trabaja en la cárcel de Poggioreale, cerca de Nápoles. Todos los días, con una chaqueta que le queda chica, va al trabajo, se pone en la ventanilla, cobra los cheques de los parientes de los presos. Habla poco y del mismo modo que camina. Rápido, comiéndose las palabras (las primeras llegan después de diez minutos de película). No habla, sino que juega. Tiene el vicio del póker, y para permitírselo saca de la caja del penitenciario, mantenido en jaque por el juego y un vigilante (Nello Mascia) que sabe todo, cierra los ojos, pero tarde o temprano- ¿qué apostamos? - pedirá algo a cambio.

Así transcurre la vida de Gorbaciof, hasta el encuentro con Lila (Mi Yang), hija de un compañero de juegos, en la cual ha puesto los ojos el “tiburón” Geppy Gleijeses. ¿Quién más que Servillo tendría que saber que hay que cuidarse de las consecuencias del amor? También esta vez, sin embargo, como en la película de Paolo Sorrentino, las sentimientos trastornan la vida del protagonista, arrastrándolo en un espiral de ilegalidad.

El guión, escrito por el director y Diego De Silva, y luego reescrito “a la medida” para Servillo. Según Incerti, “parte desde la soledad metropolitana para convertirse en una pequeña historia moral”. En el fondo, Chinatown se convierte en marco de un amor que no necesita palabras.

Así como el autor no siente la necesidad de ornamentos de estilo (muy hermosa, sin embargo, la fotografía de Pasquale Mari) o virtuosismos de dirección, prefiriendo concentrarse en su protagonista. Con el riesgo de cargar sobre los hombros, aunque robustos, de Servillo el peso de toda la película.

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