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BERLINALE 2018 Competición

Crítica: El creyente

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- BERLÍN 2018: Cédric Kahn firma una película intensa sobre un joven toxicómano que intenta liberarse de su dependencia en el seno de una comunidad religiosa

Crítica: El creyente
Anthony Bajon en El creyente

"Eres como los demás, no hay ninguna razón para que no lo logres". El arduo camino de autosalvación y posible redención mística de un alma sumergida en su propia noche de drogas y de heridas psicológicas profundas e invisibles es lo que decidió explorar meticulosamente el realizador francés Cédric Kahn en El creyente [+lee también:
tráiler
entrevista: Cédric Kahn
ficha de la película
]
, presentada en la competición del 68º Festival de Berlín: una inmersión en la adicción y la religión que el cineasta, de regreso al certamen alemán 14 años después de Luces rojas, dota de gran intensidad, jugando de maravilla con la austeridad de las reglas de la comunidad en que sumerge (no sin dificultades) a su personaje principal (encarnado magníficamente por el prometedor Anthony Bajon) y de la geografía circundante (un decorado de media montaña rodeado de cimas).

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A este lugar aisladísimo, poblado nada más que por algunos edificios al final de una pequeña carretera, llega un día, en coche, Thomas, un lastimoso y joven bretón de 22 años. No tardamos en saber que acaba de superar una sobredosis. La comunidad que lo acoge la forman un par de docenas de chicos como él, todos ellos toxicómanos en algún momento de sus vidas. Los rige una disciplina muy estricta en la que los trabajos manuales (hasta los más inútiles) se alternan con rezos y cantos cristianos. Bajo los auspicios de su "ángel de la guarda", Pierre (Damien Chapelle), encargado de cuidar de él día y noche, Thomas, completamente encerrado en sí mismo y mudo como una piedra, atraviesa primero una severa crisis de soledad antes de caer tres semanas después (por culpa de un cigarrillo a escondidas y la renuncia a excusarse en público) y abandonar el lugar montando un escándalo ("no quiero veros el careto nunca más, tengo ganas de destrozarme"). El encuentro con Sybille (Louise Grinberg), hija de unos granjeros de los alrededores, le hace cambiar de parecer ("vuelve allí, es tu única oportunidad de salir de esta"). Pasan los meses, pasan las estaciones y el joven se integra cada vez más y mejor hasta hallar una forma de felicidad en esta vida casi monástica con compañeros con los que compartir sus asuntos. Sin embargo, ¿es sincera su fe? ¿qué porvenir le queda?

Gracias a una serie de decisiones poderosas (no sabremos prácticamente nada del pasado del protagonista y su personalidad, una mezcla de retracción e ingenua impulsividad, elude toda simplificación psicológica), Cédric Kahn consigue que volquemos nuestra empatía en cada una de las etapas de esta dificultosa reconstrucción de sí, que también es la de una soledad en busca de vínculos afectivos. La depurada puesta en escena conjuga su lograda sensación de conjunto con puntuales y emocionantes secuencias de canto, oración y testimonio. La fabulosa autenticidad de lo que vemos, sin embargo, queda desteñida hacia el final del film, cuando la adicción religiosa se hace con el primer plano, si bien es conocido que el enfrentamiento con uno mismo puede engendrar algunos excesos. Lo esencial es lo que permanece después y, en este sentido, El creyente cumple con nota.

El creyente es una producción de Les Films du Worso en coproducción conArte France CinémaRhône-Alpes Cinéma y Versus Production. Su agente de ventas internacionales, Le Pacte, la distribuirá en Francia el 21 de marzo.

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(Traducción del francés)

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