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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Honey

por 

- Tras Egg y Milk, el turco Semih Kaplanoglu cierra su trilogía Yusuf con su relato de la infancia del poeta que se ha hecho con el Oso de Oro de la Berlinale

En una edición de la competición oficial en la que ninguna de las películas presentadas hasta la fecha había convencido plenamente, la magnífica y emocionante coproducción entre Alemania y Turquía Honey [+lee también:
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, de Semih Kaplanoglu, supuso un auténtico placer para los asistentes al certamen berlinés. La cinta, tercera y última parte de la trilogía Yusuf, concluye lo que comenzó Egg [+lee también:
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. La historia gira en torno a la infancia del futuro poeta en los paisajes de un bosque majestuoso donde queda al descubierto la vulnerabilidad de los hombres. Paisajes ensalzados por la fotografía de Baris Özbicer, sobre todo en sus espléndido trabajo a la hora de recoger efectos luminosos como cuando el pequeño héroe intenta aferrar el reflejo de la luna en un charco.

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De hecho, en cuanto al ritmo, predomina la calma. En esta película, que prescinde de la música para dejar espacio a los crujidos de la madera, la campanilla que el pequeño Yusuf lleva siempre consigo, el reloj que marca el tiempo, lo que se podría calificarse de lentitud es en realidad pura delicadeza. Al compás del aprendizaje junto a su padre Yakup (Erdal Besikçioglu), del adorable pequeño protagonista (interpretado por un actor formidable presente en casi todos los planos para la alegría de todos, ya que no nos cansamos de observar sus miradas a veces tímidas, a veces curiosas, a menudo desbordantes de admiración y amor por el padre), el espectador aprende también a observar la belleza y la riqueza de un carácter armonioso (el motivo de la abeja, clave para Einstein de toda la vida sobre la Tierra, no es una elección inocente) de la cual Yakup el apicultor sabe, forzosamente, como un equilibrista en las ramas centenarias, recoger el jugo y la infinita dulzura.

El propio Kaplanoglu ha calificado su estilo como “realismo espiritual”. En Honey, las cosas más insignificantes se cargan de simbología y de significado, de modo que la película, en vez de ser lenta y larga, pulula de vida de principio a fin.

La belleza generosa de la naturaleza que Yusuf aprende a manejar, a nombrar a pesar de su tartamudeo (una manifestación de su timidez que desaparece en presencia de su padre) y, de alguna manera, a leer (como a la escuela, donde se esfuerza tanto para obtener buenas notas leyendo fábulas) se encuentra también en los gestos. La ternura de Yakup hacia su tímido hijo se traduce en conversaciones susurradas, pequeños regalos depositados discretamente cerca de la cama y la dedicación cómplice con la cual el padre bebe el vaso de leche que la madre intenta todos los días dar a un Yusuf muy reticente.

Desgraciadamente, en la segunda parte de la película, el vaso de leche colocado sobre la mesa sigue estando lleno, señalando la ausencia del padre. Yusuf y su madre (interpretada por una Tülin Özen eclipsada al principio que pasa a ocupar el primer plano a causa de esta desaparición) viven en silencio, como para protegerse uno u otro, de la desaparición de todo el universo que representaba Yakup. En la escuela, la última buena nota que queda por otorgar viene, por una amabilidad del maestro compasivo, a adornar el cuello del pequeño como una marca de luto. Solo, con una pena diferente de la de los adultos, es contra el tronco de un gran árbol que el niño vendrá a apoyar su cabeza.

Ojalá que Honey, producido por el realizador en coproducción con Rexin y Bettina Brokemper (Producer on the Move 2006) para la alemana Heimatfilm, conmueva a un mayor número de espectadores.

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(Traducción del francés)

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