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CANNES 2013 Competición

The Past: en la madeja de los sentimientos

por 

- Asghar Farhadi sale airoso de su incursión en Francia con una película cuyo sobrecogedor guion diseca los sentimientos amorosos y familiares

Los grandes cineastas se adaptan fácilmente fuera de sus fronteras natales cuando dominan un territorio: el humano. Salir del cascarón, borrar los puntos de apoyo, sacar adelante una historia en una cultura radicalmente diferente y dirigir a actores en una lengua ajena a la materna no está a la alcance del primer atrevido ni de muchos directores que fracasaron en su intento. Asghar Farhadi, sin embargo, no es un novato y su gran salto a Europa occidental con su sexto largometraje, The Past [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, presentado a concurso en el festival de Cannes, cumple con todas las expectativas que habían levantado las muestras de su talento en su filmografía iraní, en especial en Nader y Simin. Una separación (ganadora en 2012 del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa).

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Farhadi teje a las mil maravillas su tela familiar de fricciones sentimentales que acontecen en cualquier parte del mundo (zona gris un poco eléctrica entre amores viejos y nuevos, familias descompuestas y recompuestas, una niebla que se mueve entre los recuerdos y el porvenir) y se sumerge en una especie de búsqueda de afecto en apariencia banal pero cuyos pequeños secretos y grandes consecuencias va desmontando metódicamente: una deshojadura progresiva que su indudable arte como guionista y su gran sensibilidad frente al más mínimo silencio y el más leve cambio transforman en un estudio apasionante de la vida y de la complejidad de los vínculos humanos. A ello hay que añadir un toque melodramático que habría de juzgarse un tanto excesivo si no fuera porque el director se desenvuelve en esos terrenos como pez en el agua.

Agua es precisamente algo que cae a menudo en The Past: sonoras tormentas como la que da la bienvenida a Ahmad (Ali Mosaffa) a París. Su antigua novia, la francesa Marie (Bérénice Bejo) viene a buscarlo al aeropuerto. Un cristal los separa pero pronto se entienden sin necesidad de hablar, dando muestras de una complicidad y de una intimidad que rápidamente vuelve a manifestarse en una secuencia eficaz y brillante en el coche que los lleva a su antigua casa, aunque llevan separados varios años.

Lo que viene a continuación es un juego al escondite narrativo. En el piso (en un edificio en la periferia, junto al ferrocarril) viven tres niños. Ahmad conoce muy bien a dos (la adolescente en crisis, Lucie –Pauline Burlet-, y la pequeña Léa –Jeanne Jestin–), pero él no es su padre. En cuanto al tercero, Fouad (Elyes Aguis), es el crío de Samir (Tahar Rahim), el nuevo novio de Marie cuya existencia Ahmad acaba de conocer, lo que infunde mayor incomodidad a la hora de que Ahmad duerma en casa de Marie y de cara a oficializar el divorcio.

El planteamiento ya está listo pero la película que, a primera vista, anticipaba un triángulo amoroso (lo cual es cierto, entre otras cosas) se complica rápidamente. Samir también está casado y su mujer se encuentra en coma después de un intento de suicidio y, por otra parte, ninguno de los tres hijos se muestra indiferente ante el descalabro afectivo que se presenta en su casa. En pocos días y al cabo de toda una serie de interacciones, como en un juego de muñecas rusas, las verdades de unos y otros saldrán a la luz, pero La Verdad será mucho más fácil de discernir y hablar de ella resultará ser más nocivo de lo que cabría haber previsto.

Excelente en su puesta en escena en espacios reducidos (coche, cocina, cara a cara, miradas, silencios), Asghar Farhadi instala un clima tenso, al borde de la explosión, en el que todos los protagonistas se enfrentan a sus contradicciones. Una exploración de los agujeros confusos de los viejos y nuevos sentimientos cuyo origen se sitúa hábilmente en el personaje de Ahmad, quien trata de rellenar el vacío de entendimiento de la situación y desempeña el papel de investigador en beneficio del espectador. The Past cuenta con unas interpretaciones muy sólidas y diálogos de una naturalidad sorprendente (recordemos que están redactados en un idioma que no es la lengua materna del director) y supone la confirmación de la virtuosismo en la sencillez de un cineasta que ya es todo un experto en serenadas tristes y conmovedoras que fluyen hasta el corazón del melodrama: un territorio tan bien delimitado como sin fronteras. 

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(Traducción del francés)

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