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VENECIA 2014 Competición

El precio de la fama : Beauvois dialoga con Chaplin

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- VENECIA 2014: En esta película en la competición veneciana, el director se divierte y se emociona, sin perder su rigor, embarcando también al espectador en su viaje

El precio de la fama : Beauvois dialoga con Chaplin

Cuatro años después del Gran Premio del Jurado recibido en Cannes por De hombres y dioses [+lee también:
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, Xavier Beauvois ha sorprendido y encantado, literalmente, al público de la Mostra de Venecia con su nueva película, El precio de la fama [+lee también:
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, que presenta en competición internacional. En efecto, aunque sabe siempre dejar entrar la luz en ella, el actor y director francés es conocido por la austeridad de su cine (la factura de sus películas es siempre tan rigurosa que su tono y sus temas son igual de graves), pero esta vez, rompe con sus costumbres haciendo surgir, de un contexto bastante gris, el éxtasis, al que nos referimos cuando hablamos de la “magia del cine”. Desde el primer minuto, el pesado y metálico ruido de una siniestra prisión  da paso al inmenso océano que desfila bajo un grandioso acompañamiento orquestal, sin poder ser más cinematográfico. Beauvois se permite incluso el lujo de jugar con el humor del contraste de este elemento y su estilo generalmente frío y poco optimista, especialmente al aparecer con elegancia en pantalla un Monsieur Loyal (hacer gala del humor no significa no tener elegancia, ¡y no es Charlie Chaplin el que diría lo contrario!).

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La historia es reveladora: El precio de la fama narra la historia de dos inmigrados empobrecidos habitantes de Suiza, que deciden, justo después del fallecimiento del gran cineasta creador de Charlot (la historia tiene lugar en 1977, en Navidades), secuestrar su cadáver para pedir un rescate a su viuda. Por una parte está Osman, un obrero y padre argelino (un personaje para el que Roschdy Zem se vuelve serio como ya había hecho para Beauvois en El pequeño teniente [+lee también:
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, seleccionado en su época en los Venice Days) que vive sin quejarse, con suerte, en una cabaña (“¡incluso tenemos agua corriente!”, anuncia orgullosamente a su amigo), aguantando las facturas del médico de su mujer hospitalizada. Su compadre, Eddy, es por su parte un reincidente belga de quien la prisión no ha borrado su liviandad y su alegría de vivir (interpretado con evidente placer por Benoît Poelvoorde, a quien le queda como un guante el papel). Juntos, se lanzarán a una operación genial y ridícula, que implica tortazos y robos, y llamadas anónimas de teléfono verdaderamente amateurs.

El homenaje al gran Chaplin y la declaración de amor de un director al Séptimo Arte que representa esta película no se expresan solamente en la superficie, en la historia y en la fogosidad de las sinfonías prestadas de las cintas de Chaplin (o la superposición de un réquiem y de una música de cine negro). Beauvois trabaja en la profundidad. Los personajes, en su miseria común a sus diferencias (Osman, sumiso y rígido, se resigna a servir cuando Eddy, que no permite que nada se le prohíba, da el paso al frente), son dos facetas de la figura de Chaplin, y su empresa, desesperada y cómicamente absurda a la vez, es totalmente digna de Charlot. A la manera del ilustre personaje, el director enreda con brío la tragedia y la risa, deslizándose sin titubear desde una escena del rechazo de un préstamo del banco a una secuencia hilarante en donde Osman se deja llevar por Eddy en un baile, bajo la mirada estupefacta de Samira, la inteligente hija del primero. Esta estupefacción y esta emoción se leen en los ojos de Osman y Eddy la noche en la que cometen su crimen. Esta fascinación se encuentra en la mirada casi hipnotizada de Samira cuando ve por primera vez a Chaplin en la televisión y cuando pasa el circo. Esta mirada, es la del espectador pasmado y transportado por el matrimonio de la comedia y el drama, de la muerte y de la risa, de la vida y del cine, y por el lirismo que surge del cruce entre su ojo y el de la cámara. 

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(Traducción del francés)

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