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SAN SEBASTIÁN 2014 Competición

Una segunda oportunidad: culebrón de diseño nórdico

por 

- Susanne Bier se supera a sí misma retorciendo el sufrimiento de sus bellos protagonistas en un drama tremebundo protagonizado por Nikolaj Coster-Waldau

Una segunda oportunidad: culebrón de diseño nórdico

“¿Hasta dónde puede llegar la gente normal cuando la tragedia llama a su puerta, se cuela en el salón y se instala en el dormitorio?”, nos pregunta la oscarizada directora Susanne Bier danesa junto a su guionista habitual Anders Thomas Jensen (Amor es todo lo que necesitas [+lee también:
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) con esta nueva película cuyos miembros del equipo artístico la han venido a presentar al Festival de San Sebastián, provocando el más televisivo de ellos (Nikolaj Coster-Waldau) un tsunami de gritos, suspiros, piropos y demanda infinita de selfies. Pero más de un espectador les puede cuestionar a los responsables de la cinta: ¿Hasta dónde hay que hacer sufrir a los personajes y provocar las lágrimas del respetable? ¿Dónde está el límite entre el melodrama desaforado y el culebrón despendolado? ¿Cuándo una película deja de ser emocional y sensible para convertirse en lacrimógena y terrible?

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pone candente este debate. Porque lo que les sucede a sus personajes es, cuanto menos, terrible. Ellos son el mencionado Coster-Waldau, un actor guapo hasta decir basta que interpreta a un policía, casado con una chica guapa hasta el punto de que ya no se puede serlo más (Maria Bonnevie). Ambos viven en una casa maravillosa en un lugar de belleza extenuante. La decoración, la iluminación y la ropa ayudan a que parezcan ángeles en un paraíso que es terrenal porque detrás de sus enormes ventanales hace –bastante- frío. Incluso tienen un bonito y rollizo bebé: son la familia perfecta, como ésas que aparecen en las revistas de estilo y vida moderna. Pero un día él conoce a una pareja de yonquis que tiene un niño muy parecido al suyo, sólo que, claro, en una situación vital completamente opuesta. Y hasta aquí se puede leer…

Porque a continuación Bier ofrece un espectáculo rebosante de dolor donde los giros de guión van sumiendo a sus criaturas en un torbellino de dilemas morales, angustia y sufrimiento que, esta vez, sí supera a la realidad o, por lo menos, podría haber ocupado titulares y espacio en un programa de sucesos. La cineasta intenta, a pesar de ello, no enfatizar dicho dolor recurriendo a preciosistas planos y no cargando las tintas con la música, pero el espectador no puede dejar de sorprenderse por lo retorcido de un drama que podría ser interesante si en él leemos una crítica a las clases burguesas, ésas que se consideran con el derecho absoluto de dominar sobre los que no tienen su mismo estilo de vida o van por el lado salvaje de la existencia: vamos, que debajo de una fachada impoluta se puede agazapar un monstruo perfecto.

Pero esa sería otra película, porque Bier prefiere apostar por la redención, ese mal endémico de los guiones del cine contemporáneo que se empeñan en el perdón y la salvación de sus caracteres para así lograr finales políticamente correctos que dejen al público un buen sabor de boca, a pesar de las barbaridades y manipulaciones emocionales a las que ha sido expuesto durante los cien minutos previos.

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