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SAN SEBASTIÁN 2017 Competición

El león duerme esta noche: los fantasmas (juguetones) del cine

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- SAN SEBASTIÁN 2017: Nobuhiro Suwa elabora un arrebatador artefacto metacinematográfico que juega con el tiempo, la ilusión y Jean-Pierre Léaud: tres de los elementos principales del cine

El león duerme esta noche: los fantasmas (juguetones) del cine
Jean-Pierre Léaud, Arthur Harari y los niños de El león duerme esta noche

El anuncio de la vuelta del japonés Nobuhiro Suwa tras la cámara después de ocho años de ausencia ha sido recibida por los más cinéfilos con gran ilusión. Tras sus aclamados comienzos en su país de origen (2/Duo y M/Other), Suwa encontró la excusa perfecta para establecer un puente con Francia, su remake imposible de Hiroshima, mon amour (H Story). A partir de ahí, el país galo le permitió desplegar su capacidad dramática y su sensibilidad, de formas diametralmente opuestas, en Un couple parfait [+lee también:
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(sobre un matrimonio) y Yuki & Nina [+lee también:
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(sobre dos niñas amigas). En su nueva película, presentada a competición en el 65° Festival de San Sebastián, Suwa continúa indagando en la mirada limpia de la infancia, a través de los ojos, también limpios, del cine. El león duerme esta noche [+lee también:
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es, desde el minuto uno, un arrebatador artefacto cinematográfico que mira de frente al tiempo y a la ilusión, dos elementos que, simplemente, suponen los pilares básicos del séptimo arte.

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La naturaleza de la película se atisba ya antes de empezar a verla, por dos razones: su premisa (un veterano actor de cine trabaja en una película cuyo rodaje debe suspenderse, lo que supone el punto de partida de su viaje hacia el pasado) y su título (El león duerme esta noche no es más que la traducción de la facilona canción popularizada por el grupo doo-wop The Tokens en los años 60). La gravedad y la ligereza se encuentran así de la mano de Suwa y, esto es importante, Jean-Pierre Léaud, un actor que en sí mismo es el propio cine. Un actor cuya vida y cuya aportación artística al séptimo arte es absolutamente indisociable, desde su seminal encarnación de la infancia en Los 400 golpes hasta su cautivadora interpretación del final de todo en La muerte de Luis XIV [+lee también:
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Jean (Léaud) deja entonces el rodaje de la película, debido a la indisponibilidad de la actriz con la que debe trabajar, declamando que no sabe cómo interpretar la escena que le toca en el guion: una en la que, sentado en una terraza, debe exhalar su último aliento. Jean decide ir a visitar a una vieja amiga que vive en la zona, pero en realidad quiere visitar a otra persona, alguien que quizá ya no exista. Con un ramo de gladiolos rojos, Jean se dirige a una mansión abandonada, en donde se encuentra con una bella joven (Pauline Etienne), un fantasma de un amor pasado.

Sin embargo, la casa no está solo habitada por las imágenes del pasado, sino también por las del presente: un grupo de niños la utiliza para jugar a hacer películas con su cámara digital y su micrófono. El juego entre Jean y el grupo de niños se desenvuelve entonces de manera cálida y laberíntica, contraponiendo ambos puntos de vista y elaborando un iluminado discurso que el talento de Suwa es capaz de elevar a altas cimas. Las coloridas imágenes de la Costa Azul francesa, obra del director de fotografía Tom Harari, juegan a favor de la brillante fórmula del japonés, un maravilloso reencuentro con el cine como herramienta para entender el paso de la vida y conectar todas sus fases; para, en definitiva, afrontar el último aliento con la misma ilusión que un niño abre los ojos por primera vez.

La cinta está producida por las francesas Film-In-Evolution y Les Films Balthazar y la japonesa Bitters End, y vendida al extranjero por Shellac.

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