Los caminos de los protagonistas se cruzan inesperadamente en una pista de esquí el día de Año Nuevo. Es allí donde los dos chicos se encuentran con Katerina, una profesora de la escuela donde ellos estudian y los amigos de esta, David y Stepan, que vuelven de una fiesta de Año Nuevo un poco infructuosa celebrada en las montañas. Al final terminan juntos en el apartamento de Katerina y el giro de los acontecimientos hacen que todos se queden a pasar juntos la noche invernal. La luz tenue que todavía podía verse fuera un rato antes, ya ha desaparecido bajo el amparo de la oscuridad y ahora se filtra una sensación inquietante de tensión en el grupo. Además de las aventuras con el trineo o con dibujos animados, otras aventuras distintas aguardan a estos dos chicos, que se comportan como unos niños. Como si tratara de un ritual, tienen el permiso de echar un vistazo al mundo real. La transgresión y la inocencia perdida flotan en el aire, con la cámara en busca de rastros de esta fascinación en los rostros que aparecen en primer plano. Es como si los chicos pusieran un espejo delante de los adultos para mostrarles sus juegos de poder, de seducción y sus anhelos, que son tal vez más confusos y peligrosos que el alcohol o el tabaco. A la mañana siguiente (la luz ha vuelto de nuevo), cada uno se va por su lado, al menos una noche más.