María emigró de Ecuador y hace ya casi diez años que vive con mi abuela Rosita en un pueblo de la Mancha. María se ocupa de ella y de la casa. Yo filmo su relación, sus gestos cotidianos, la rosa del azafrán que llena la mesa de flores, trayendo otras mujeres, nuevas historias. Los gatos, al olor de las cacerolas reclaman su comida desde el patio y la vida entra por la ventana. Los arboles nos miran y el mundo respira un frágil equilibrio, que se tambalea cuando María pide quince días de vacaciones.