Cuando tenía catorce años han robado, pegado, asesinado. Estos chicos que viven en institutos de reclusión en los Urales, están preparados para contar sus vidas y los delitos que han cometido. Sus ojos tristes se iluminan sólo cuando hablan de sus deseos y de sus esperanzas. El reformatorio les das de comer, les viste, les da una educación y les permite hacer deporte. Es, por tanto, un refugio temporal en el que se ven obligados a luchar por la supervivencia. Muchos de estos chicos no tienen familia, ni nadie en quien apoyarse. No hay un lugar para ellos en el triste universo de sus padres, a menudo alcoholizados, desempleados y confinados en sus tugurios. Ljoscha condenado por robo, acaba de llegar. Ni siquiera ha podido despedirse de su madre, enjugando las lágrimas trata de adaptarse al nuevo ambiente. Tolja, condenado por homicidio, está, sin embargo, a punto de salir. Su país, a donde piensa volver, no le concede una segunda oportunidad: "A ese niño deberíamos matarlo".