20/05/2009

“Cuando los hermanos Dardenne están en competición en Cannes, es un poco como cuando Alemania lo está en el fútbol. Todo el mundo juega, pero al final son los Dardenne los que ganan”. Con estas palabras ha introducido Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, la lección de cine ayer martes.

Los dos cineastas han reivindicado su naturaleza autodidacta. Mientras que uno estudiaba filosofía, el otro soñaba con ser actor, convencido de que la vida valía más la pena vivirla en el teatro o el cine. Un encuentro determinante para su futuro en el cine se produce cuando conocen a Armand Gatti. Si las dos primeras películas son “fracasos fundadores”, como dice Luc Dardenne, la revelación llega con La promesa, presentada en la Quincena de Realizadores en 1996. La promesa es también la de una filmografía rica en novedades iniciadas con esta película. Su método de trabajo toma forma en el plató y su credo es no dejarse poseer por la técnica y dedicar numerosas horas a los ensayos con los actores. Al elegir actores desconocidos, cuerpos vírgenes que no son ni actores, e incluso ni siquiera personajes, propulsan a “simples” personas sobre la gran pantalla en una instantaneidad pura: no se habla de la psicología de los personajes ni de su pasado, se vive intensamente su presente. Todo está calculado para que la “instauración” sea invisible.

Otro descubrimiento fundamental es que el mayor lujo en un rodaje es el tiempo. Michel Ciment, que presenta la lección, observa que muchos han copiado la estética de los hermanos Dardenne, pero otros tantos los que han dejado de lado el contenido, como las increíbles tensiones dramáticas que atraviesan las películas de los dos cineastas.

Los hermanos dirigen a dos y rechazan un tercer punto de vista, que rompería su equilibrio. Para los Dardenne, un realizador bicéfalo, en definitiva, son “dos usurpadores avergonzados” que se consagran, “dos cineastas a medias” que forman un conjunto homogéneo.

(Traducción del francés)