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FESTIVALES Alemania

The Drifter o un nuevo cuento de (cri)hadas

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La primera película de Tatjana Turanskyj, presentada en la sección Forum de la última Berlinale, da muestras de su capacidad de dirección a la vez que desafía al espectador con esta fábula económica que también ha concursado hace poco en el Crossing Europe Film Festival, celebrado en Linz.

En una escena que pone sobre aviso al espectador sobre el carácter comprometido de la película, The Drifter abre el telón con los salvajes tambaleos de Greta (Mira Partecke) por un campo desierto, poco antes de realizar un flashback a una clase de teoría marxista impartida por un antiguo economista y trabajador sexual.

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Alejada de su carrera de arquitecta, Greta se ve de pronto sin apoyo alguno. La gente que conoce son intelectuales de mediana edad como ella, popularmente conocidos como Gammelfleisch (carne vieja). Su hijo y su ex marido no quieren saber nada de ella. Los hombres que más la apoyan son una nidada de artistas homosexuales. En cuanto a las mujeres, bien colaboran con la hegemonía masculina, bien se ven vencidas por la bebida y por una vida sexual frustrante.

Greta comparte rasgos del personaje de Offred de Margaret Atwood, e incluso del Winston Smith creado por George Orwell, pero, en su caso, se entrega al sistema con el único e incompleto esparcimiento que proporciona el alcohol.

La historia se desarrolla en un Berlín repleto de espacios hostiles y desangelados, una tierra de nadie, donde las mujeres solo existen para desempeñar unos papeles preestablecidos. Para la nueva estirpe de mujeres de éxito, la ciudad se antoja principalmente un espacio profesional, un sistema que obedece a una serie de fórmulas. Greta, –así como la cámara de Jenny Barth– se empeñan en ver la capital como un espacio físico donde aún tiene cabida la historia: niños que juegan en un parque a la sombra de la Potsdamerplatz, Greta paseando por un museo al aire libre emplazado en los antiguos cuarteles de la Gestapo y de las SS...

En una escena del filme, Greta es abordada por una ama de casa posmoderna que la acusa con rabia de entrar ilegalmente en una propiedad ajena. La respuesta de Greta es una crítica espontánea a la comunidad repleta de barreras: «una carretera privada, en medio de Berlín, vigilada: es una paranoia; es una muestra de la nueva Alemania, donde impera la psicosis por la seguridad, la limpieza y la uniformidad; y también la corrección ecológica.»

No queda claro si Greta está culpando a la pequeña burguesía berlinesa actual por un conformismo similar al que desembocó en el estado nazi, o si se está burlando de esa acusación, o si, incluso, es un personaje con conciencia de sí mismo, dado que Greta está borracha la mayor parte de la película. The Drifter a veces recuerda a Week End, de Jean-Luc Godard, por su condena a la sociedad moderna; sin embargo, Greta nunca pierde su carácter humano, aun cuando este se hace cada vez más incómodo a medida que avanza el metraje.

Turanskyj & Ahlrichs, propiedad del director, es la productora de The Drifter y se ocupará también de las ventas internacionales de la película.

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(Traducción del inglés)

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