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CANNES 2010 Quincena de los Realizadores

Orden y subversión en La mirada invisible de Diego Lerman

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Buenos Aires, 1982: el régimen dictatorial está a punto de llegar a su fin. Una escuela como el microcosmos metafórico del orden y de la subversión. Una película histórica que deja a la Historia fuera de la pantalla pero que aun así le torna palpable en cada escena. Esto el cuadro pictórico de La mirada invisible [+lee también:
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, el tercer y muy conseguido largometraje del argentino Diego Lerman, que se presentó ayer en la 42° Quincena de los Realizadores de Cannes.

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Nacido en 1976, el mismo año en que comenzó la dictadura argentina, Lerman ha llevado así a la gran pantalla la obra de Martin Kohan Ciencias Morales, y ofreció a Julieta Zylbera el papel de la protagonista María Teresa, una joven preceptora sexualmente reprimida a la que trata de seducir su jefe, el señor Biasuto (Osmar Nuñez). Lo que bien podría verse como un drama personal adquiere tonos políticos en tanto que ambos personajes se presentan como símbolos de las fuerzas sociales que se enfrentan en las calles que se extienden más allá de los prohibitivos muros del elitista Colegio Nacional –donde se desarrolla la mayor parte de la cinta–.

El Señor Biasuto encarna al guardián del orden para el que la subversión es un cáncer que se extiende hacia el resto de órganos y que es por tanto necesario cortar de raíz. María Teresa, por su parte, es la aprendiz de guardiana; es decir, ella es el proyecto de un «ojo invisible», atento a todo y siempre listo para aplacar cualquier posible trasgresión. La película describe el proceso que culmina en la definitiva pérdida de control por parte de María Teresa del ojo en perpetua vigilancia a raíz de su creciente inquietud interior.

La gran interpretación de Zylbera es el núcleo de la película: presente en casi todas las escenas, esta actriz de 20 años compone un personaje que puede hacer rememorar la legendaria interpretación de Isabelle Huppert en La pianista [+lee también:
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. Su forma tradicional de vestir, la aspereza de sus modales o la incapacidad de dominar sus propios sentimientos hacia un estudiante son parecidos que, en efecto, favorecen cierta afinidad entre ambos personajes.

Pero si bien no hubo redención posible para la pianista, el destino de la joven preceptora le depara algo ligeramente distinto, lo que no impide a Lerman alejarse del típico final feliz, pues, para él, a la liberación se accede a través de una trasgresión personal radical cuyas consecuencias podemos imaginar, pero no ver.

La liberación del personaje, tanto en el plano de los afectos como en la venganza personal, tiene lugar a la vez que la nación argentina se opone abiertamente a la dictadura en las calles. La transformación social no se refleja a gran escala en la cinta –solo pueden verse algunas imágenes de archivo al final de la película– pero son perceptibles los ecos que provienen allende los muros de la escuela, así como el radicalismo y el descaro crecientes en los personajes. Es entonces cuando la subversión se impone al orden y los crímenes personales se convierten en crímenes políticos.

The Invisible Eye, claro ejemplo de la buena salud de la que goza el cine argentino, también ilustra el éxito de la colaboración entre dos continentes. Producida por la porteña Campo Cine, la película contó con la francesa Agat Film y las españolas Imval Producciones y Mediagrama en calidad de coproductoras. Pyramide, con sede en París, está a cargo de las ventas internacionales.

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(Traducción del inglés)

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