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FESTIVAL DE ROMA-FUERA DE CONCURSO Francia

L'homme qui voulait vivre sa vie: el precio de un renacimiento

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Escapar de la banalidad del día a día, cortar lazos, hacerse con una nueva identidad, lanzarse a la actividad artística que había soñado desde siempre, viajar sin ataduras... en fin, renacer: ese es el destino al que se precipita el héroe de L'homme qui voulait vivre sa vie [+lee también:
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, de Eric Lartigau. Adaptada con eficacia del best-seller homónimo del estadounidense Douglas Kennedy, esta producción de EuropaCorp se estrenó ayer en los cines franceses y belgas y se presenta hoy fuera de concurso en el festival de Roma.

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«El momento más duro llegó cuando me di cuenta de que ya no tenía porvenir». Esta confidencia de la directora (Catherine Deneuve) de un bufete parisino de abogados de negocios a su socio, Paul Exben (Romain Duris), retumba en medio de la vida aparentemente acomodada de esta hombre. Paul, de unos treinta años de edad, vive exiliado en la periferia rica de Yvelines con su mujer (Marina Foïs) y sus dos hijos; corre en cinta y colecciona equipos fotográficos (su pasión). No obstante, la pareja está en crisis. Paul descubre que le ha sido infiel su amargada mujer («a los fracasados les gustan los fracasados») después de que esta le pidiera el divorcio. El amante es un vecino que odia, un rentista y fotógrafo semiprofesional. El altercado degenera hasta que Paul mata al hombre de forma accidental, en un episodio que marca el salto brusco del clásico melodrama conyugal francés al thriller europeo que inicia una búsqueda «metafísica» de la identidad.

El miedo a la cárcel obliga a reaccionar velozmente a un Paul desesperado. Debe organizar su propia desaparición sin dejar rastro alguno del «crimen». Consigue un pasaporte tomando la identidad del muerto, cuyo cadáver transporta desde el congelador hasta el puerto de Bretaña donde le espera su barco. Tampoco olvida las falsas pistas, a través del correo electrónico, para inventar un viaje por un reportaje de la víctima, que termina en el fondo del océano; Paul finge su propia muerte al hacer explotar su embarcación. Ya está libre: ahora es Grégoire Kremer, fotógrafo. En su viaje, atraviesa Europa hasta llegar a Montenegro, donde rehará su vida poco a poco hasta que su notoriedad como artista amenaza con ser atrapado por su pasado...

Atormentado por la sospecha y la paranoia de la soledad, el hombre que quería vivir su vida [traducción literal del título] mantiene hábilmente el equilibrio entre la culpabilidad de cortar por lo sano con su pasado y la atracción por lo desconocido, entre la vida aburguesada en Europa occidental y la belleza más salvaje de los Balcanes, entre la exploración psicológica contemplativa («¿quién soy yo, a fin de cuentas?») y la acción trepidante. Un cocktail bien aderezado, fruto de una adaptación perspicaz (a pesar de algunos atajos y símbolos un poco simplones), una cuidada puesta en escena, un montaje que mantiene bien el ritmo, un actor que confirma su descomunal talento y la brillantez del guionista y director Eric Lartigau, que se muestra tan cómodo en el thriller novelesco como en la comedia de éxito (Prête-moi ta main [+lee también:
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). Seguiremos su trayectoria...

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(Traducción del francés)

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