18/05/2011

Tomen a un joven artista belga, místico y talentoso; el animismo de la etnia Tamberma en la pictórica zona noreste de Togo; la adaptación libre de una obra de teatro de Maurice Maeterlinck (Nobel de literatura) de 1911; un tratamiento increíble de la imagen, en un color azul cobalto; un formato Uber Scope que estire el espacio, y dos niños que caminan por los territorios de la vida y de la muerte. Olvídense de todo y entren en el universo hechizante, depurado, bizarro y de una belleza intemporal de Blue Bird [+lee también:
tráiler
ficha de la película], presentada hoy en la Quincena de los realizadores del 64° Festival de Cannes. El segundo largometraje de Gust Van den Berghe (de 26 años de edad) confirma todas las promesas creativas formuladas por su trabajo anterior: Little Baby Jesus of Flandres [+lee también:
crítica
tráiler
ficha de la película], descubierta el año pasado en la Croisette en la misma sección.

Símbolo de felicidad, de belleza y de libertad, tres aspiraciones comunes a todos los seres humanos de todos los continentes, el pájaro azul al que hace referencia el título es el objeto de la búsqueda de Bafiokadié y su hermana Téné: dos niños hermanos en un pequeño pueblo togolés que, en realidad, pasarán una jornada iniciática en la que crecerán a través de retazos de encuentros y enseñanzas con personajes que se cruzan en su camino. Sin embargo, como se trata de un cuento filosófico y poético, estos encuentros se producen por lo general de forma ordinaria (el espectador lo entiende a medida que avanza el metraje). Los niños atraviesan las puertas de un mundo paralelo en el que surgen los espíritus de sus ancestros y los poderes animistas (el alma del Bosque, el Jefe de los placeres, el Rey del Tiempo).

A través de un paisaje sembrado de colinas separadas por inmensas llanuras, Bafiokadié y Téné aprenderán que todo aquello que vive muere, que la naturaleza puede enfadarse y vengarse (“el carpintero corta la madera, pero nunca quiere plantar árboles. Nunca se toman las cosas sin devolverlas”), que algunos predican el epicureísmo (“si la felicidad se escapa en el tiempo, voy a buscarla en la tierra. En lugar de cazar un pájaro, hay que hacerse con su canción, y alegrar el corazón”) y que la existencia tiene reglas inmutables (“no hay ningún ganador; solo existe el destino. Nacer no es más que una broma”). Los niños captan todas esas lecciones divinas de la vida que les llegan desde fuera sin darles casi importancia. Su trayecto está impregnado, además, de acontecimientos reales: su madre los lava, hablan con su padre (un carpintero que tiene que hacer la ronda con su moto: “eres demasiado joven, ya lo entenderás más adelante”), juegan, descansan, se pelean con otros críos del pueblo...

Blue Bird es una sumersión fascinante en la irracionalidad y el misterio. La cinta posee algunos descubrimientos excepcionales, tanto a nivel visual (una inmersión en las altas hierbas ondulantes, por ejemplo) como de guión (en el reino del futuro donde el monarca se dirige con un megáfono a los niños que están a punto de nacer, en formación de fila ante él). El apabullante imaginario de Hans Brunch Jr. Y el trabajo de post-producción casi plástico realizado con los colores ayudan a crear un poderoso clima de dulzura onírica y, en fin, una obra única. Aunque la postura de exploración artística adoptada por Gust Van den Berghe ahuyentarán a los espectadores menos aptos para “dejarse llevar”, Blue Bird pasará sin problemas la prueba del tiempo cinematográfico y dejará a sus admiradores el recuerdo de las numerosas y delicadas muestras de fulgor, como un ritual purificador.

(Traducción del francés)