email print share on Facebook share on Twitter share on LinkedIn share on reddit pin on Pinterest

BERLINALE Competición / Francia

Coming Home: ocho años de soledad interminable

por 

Un secuestrador (Reda Kateb) deja en libertad tras ocho años a Gaëlle, su único estímulo para vivir. Gaëlle pierde su adolescencia en un instante y se vuelve para ver, por última vez, la casa en la que creció, encerrada en un sótano. Acto seguido, la joven corre hacia un centro para adolescentes con traumas: sus padres son escombros y su vida ya no le pertenece.

El público congregado en Berlín pareció de piedra tras la presentación de la película francesa a concurso À moi seule [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, de Frédéric Videau. Esa reacción es la única forma de empatía ante el inconcebible aislamiento espacial y temporal, cuyo recuerdo la joven protagonista, interpretada con gran precisión por Agathe Bonitzer, lleva a solas consigo incluso tras una liberación que le parece tan terrorífica como aquello a lo que ha sobrevivido.

(El artículo continúa más abajo - Inf. publicitaria)
Hot docs EFP inside

“Ojalá muera; me sentiría mejor”, dice la madre de Gaëlle. “Poco te falta”, responde la hija. Sus ocho años de “vida común” con su secuestrador tienen implicaciones de una complejidad inefable que reconstruye con maestría el meticuloso guión de Videau. El realismo extremo de su película no radica en que se base en la historia real de la austriaca Natascha Kampusch (al inicio de la cinta se insiste en el carácter ficticio de la obra), sino en la ausencia total de maniqueísmo moral. À moi seule se contenta con observar, con perfecta atención, sin dar respuesta alguna y apoyándose en flashbacks, los detalles prácticos de la vida cotidiana de la pareja protagonista; sus paradójicos pulsos; la actitud de un Vincent despreciable que, sin embargo, no hace uso de la violencia (“hacer el amor” son las palabras empleadas para referirse a unos hechos cuyo cariz la película no termina de aclarar); la manera en que Gaëlle aprende a adquirir cierto control sobre su vida y su situación (sin caer en el cliché del síndrome de Estocolmo)… A continuación, incluso tras el suicidio de Vincent (que solo entrevemos y se manifiesta con el mismo tino que el resto), Videau deja el recorrido de Gaëlle en manos de la ambivalencia (la protagonista nunca dice lo que piensa) y da cuenta con brillantez de las numerosas secuelas de la experiencia (su aislamiento se hace manifiesto a través de su léxico anticuado, su desconocimiento del valor de un euro) sin dejar de lado la cuestión más profunda de la película, que no es “¿por qué?” sino “¿cómo?”: ¿cómo vivir después, cuando la única vida que conocemos es la privación?

La cosa que queda bien clara (aunque Gaëlle pregunta a su asistente social si no hay que estar loca para haber podido soportar una vida similar) es, en palabras de Videau, “la enorme fuerza por la vida” de la joven víctima, auténtico disparadero de la película. El punto fuerte de su película es la oposición entre la niebla de una situación insuperable y la claridad, aún más punzante si cabe, de esta resolución vital.

(El artículo continúa más abajo - Inf. publicitaria)

(Traducción del francés)

¿Te ha gustado este artículo? Suscríbete a nuestra newsletter y recibe más artículos como este directamente en tu email.

Privacy Policy