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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Perder la razón

por 

- En su quinto largometraje, el belga Joachim Lafosse prosigue con su exploración de nuestros límites y de las familias rotas.

En su quinto largometraje, Perder la razón [+lee también:
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, el belga Joachim Lafosse prosigue con su exploración de nuestros límites y de las familias rotas, tras la trilogía sobre la intimidad compuesta por Private Madness, Propiedad privada [+lee también:
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. Su nuevo trabajo ha sido presentado como parte de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. Se trata de la segunda ocasión en que presenta una película en el certamen francés tras Private Lessons, que se proyectó en la Quincena de los Realizadores en 2008.

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Inspirada en la historia real de la belga Genevieve Lhermitte, que mató a sus cinco hijos en 2007, la película, cuyo guión ha sido escrito por Lafosse, Matthieu Reynaert y Thomas Bidegain, ha añadido elementos de ficción (en la película sólo tiene cuatro hijos) y ha cambiado los nombres de los protagonistas, pero utiliza muchos detalles de la historia de Lhermitte. El objetivo de la película es claro: coger al espectador de la mano y llevarle hasta la comprensión (que no la justificación) de los motivos que llevaron a una persona a cometer un acto tan incalificable. La diferencia entre esta película y otras que han tratado un tema parecido reside en la construcción de la narración, que rechaza la idea de que hay una causa particular, sino que se trata de la acumulación de pequeños detalles, que la llevan a perder la cabeza.

Tras un prólogo en el que vemos a la madre Murielle (Emilie Dequenne) postrada en una cama de hospital, pidiendo que “ellos” sean enterrados en Marruecos, seguido de una escena en que cuatro pequeños ataúdes son cargados en un avión, la historia salta hasta el punto en que Murielle y el apuesto joven marroquí Mounir (Tahar Rahim) están en el punto álgido de su atracción, que quizás confunden con amor. Mounir llegó a Bélgica de la mano del mucho más mayor Doctor Pinget (Niels Arestrup), para quien el joven marroquí trabaja como ayudante. La naturaleza de su relación de dependencia mutua no se explica en ningún momento, lo cual puede entenderse porque la historia gira cada vez más en torno a Murielle y a sus intentos de evitar todos los obstáculos de su vida y seguir adelante.

Los cuatro niños de la pareja, nacidos en poco tiempo, empeoran aún más su matrimonio, que en muchos sentidos es una relación a tres, ya que la pareja y sus hijos no sólo viven en la casa de Pinget y depende económicamente de él, sino que Murielle necesita sus prescripciones médicas para tratar su ansiedad y depresión. Nada extraordinario sucede conforme avanza el metraje. Los personajes intentan seguir con sus vidas en medio de esta extraña situación. Pero cada pequeño contratiempo de Murielle es un paso más hacia su acto de locura y Lafosse ilustra excepcionalmente cómo los pequeños detalles pueden crecer hasta convertirse en algo tan grande que resulta imposible contener.

El aspecto visual, del director de fotografía Jean-Francois Hensgens, deja de modo constante algún elemento desenfocado, generalmente en primer plano, a un lado, reflejando la sensación de opresión de Murielle (y el espectador) y su incapacidad de ver toda la imagen: no solo porque está bloqueando las cosas sino porque, además, visualiza el punto ciego en su mente que la hace ir donde ninguna persona cuerda iría.

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, igualmente co-escrita por Bidegain, ofrecen interpretaciones muy sólidas, pero a nadie escapa que la película se sostiene sobre los hombros de Dequenne. La protagonista de Rosetta no había gozado de un papel tan complejo desde su debut y gran parte de la profundidad de la película emana de los primerísimos planos de su rostro, cada vez más demacrado e inmóvil: un tour de force interpretativo en una película escalofriante.

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(Traducción del inglés)

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