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PELÍCULAS España

Las amigas de Ágata: ¿juntas para siempre?

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- Este trabajo de fin de carrera de cuatro jóvenes cineastas catalanas deslumbra por su frescura, naturalidad y su fiel retrato del amargo tránsito hacia la edad adulta y sus daños colaterales

Las amigas de Ágata: ¿juntas para siempre?

Desde el documental El inventor de la selva [+lee también:
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–cuyo fascinante protagonista falleció hace unos días–, de Jordi Morató, no habíamos disfrutado tanto en España de un trabajo de fin de carrera como Las amigas de Ágata [+lee también:
tráiler
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, film de ficción firmado por las debutantes Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen, graduadas en Comunicación por la Universidad Pompeu i Fabrá de Barcelona. Como en el caso de Morató, surgido del mismo centro, también Las amigas… viene apadrinado (en la faceta de tutores y supervisores del guión) por cineastas/docentes como Isaki Lacuesta o Elías León Siminiani y el crítico Gonzalo de Lucas. La película, además trae su mochila repleta de trofeos: Premio del Público en el D’A 2015 (leer noticia), Premio Abycine Indie y Mejor Película del Jurado Joven y Mención Especial del Jurado en REC (Festival Internacional de Cinema de Tarragona). Ahí es nada.

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El film está protagonizado por Elena Martín, Victòria Serra, Marta Cañas y Carla Linares, que no se conocían previamente, pues fueron reunidas por las directoras-guionistas-montadoras-directoras de fotografía, formando así el grupo de amigas que vive situaciones cotidianas, como salir de fiesta, hablar de chicos o irse juntas, de fin de semana, a la casa de los padres que una de ellas posee en la Costa Brava. Las propias vivencias y las impresiones de las actrices fueron alimentando la trama, que retrata, con una naturalidad, espontaneidad y melancolía apabullantes, cómo funcionan estas formaciones, tan lastradas por el pasado que pueden resquebrajarse según cubren necesarias etapas.

Las amigas de Ágata está filmada con una sencillez que la emparenta con el documental, por eso siempre intuimos que debajo de los actos de esas muchachas, sus primeros –y pensativos- primeros planos y de sus conversaciones aparentemente triviales se agazapa una bomba que explotará inevitablemente al final de sus 70 minutos de metraje. La empatía del espectador nace instantáneamente pues es fácil reconocer en este film a aquellas amistades de infancia que nunca más volvimos a tratar; también revivir aquellos primeros destellos de personalidad que nos asaltaban al crecer, colisionando con muchas ideas que habíamos creído incuestionables y eternas.

Las amigas de Ágata nos sumerge, pues, en la atmósfera irrepetible del tránsito a la edad adulta, con su mezcla de candidez y rebeldía, y con los primeros escarceos sentimentales, mientras se va forjando la identidad y el individualismo, que nos van a hacer diferentes, independientes y, tal vez, solitarios. De hecho, no aparecen adultos en sus encuadres que, en una escena con la protagonista entrando en su casa, dividen la pantalla en dos: símbolo de la dicotomía que empieza a inquietarle interiormente.

Producida en cooperativa, facturada con los medios de su universidad y distribuida por Avalon, Las amigas de Ágata corrobora que las escuelas de cine y las facultades de comunicación siguen siendo estimulantes canteras del cine español –personalísimo- que está por llegar. 

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