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BERLINALE 2017 Competición

Return to Montauk: demasiadas palabras

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- BERLÍN 2017: Volker Schlöndorff se aparta del estilo que domina para reflexionar sobre el remordimiento con la historia de un escritor atormentado por el añorado fantasma de un amor pasado

Return to Montauk: demasiadas palabras
Nina Hoss y Stellan Skarsgård en Return to Montauk

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es ante todo un cambio de decorado para Volker Schlöndorff. Con esta coproducción francesa, alemana e irlandesa, presentada en competición en el 67º Festival de Berlín, el realizador ha llevado a Nueva York a varios talentos europeos, entre ellos el actor sueco Stellan Skarsgård, los alemanes Nina Hoss y Susanne Wolff y el francés Niels Arestrup. Para rendir homenaje a su amigo, el escritor Max Frisch, el gran cineasta se aparta de todos sus senderos habituales, dejando a un lado el género histórico-político-moral que domina con maestría para crear un relato norteamericano plenamente contemporáneo, adaptado a partir de la novela corta Montauk. Y, siendo copioso en palabras, este nuevo largometraje no tiene la fascinante vertiente de pulso verbal histórico y a puerta cerrada de su anterior film, Diplomacia [+lee también:
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Return a Montauk comienza además con el verbo: en la escena inicial, vemos al personaje encarnado por Skarsgård evocar detalladamente, ante la cámara, las sabias palabras pronunciadas por su padre filósofo sobre las dos formas de arrepentimiento: el que se siente al haber hecho mal y el que se siente al no haber hecho nada. A continuación, se desvela que este relato complacientemente descriptivo es la lectura de un libro por su autor, Max Zorn, en Nueva York, adonde ha ido para la promoción de su nueva obra, lo cual le ofrece la oportunidad de aprovechar la compañía de su pareja, Clara (Wolff), cuya discutible vestimenta tiene el mérito de indicar claramente que ella es más joven que él. Pero resulta que la mujer que aparece en su libro, Rebecca (Hoss), su gran amor fallido, no es tan ficticia como parece, y vive precisamente en Nueva York, en una dirección que obtiene con la ayuda de su amigo Walter (Arestrup), un personaje gratuitamente enigmático que, cosa extraña, le habla en francés, y, sobre todo, no ha sido desarrollado de manera suficiente para justificar el papel de pivote que se supone que tiene en la “trama”. 

Esta es bastante endeble. A pesar de sus reticencias, Rebecca terminará por volver con Max a ese rincón del mundo que es el pueblo costero de Montauk, donde ambos fueron felices una vez, cuando eran una pareja. Tras abandonarse por un momento, como es de esperar, al recuerdo de sus abrazos pasados, ella le dirá por fin, ante las veleidades de Max de construir castillos en la arena, cuatro verdades sobre ese amor que él ha acabado añorando completamente, pero al que no se entregaba cuando se ofrecía a él, prefiriendo vagabundear, olvidando a la mujer que lo habría querido todo con él. Y luego está Clara, que está ahí en el presente, lista para responder a su llamada sin que él tenga que renunciar a su dejadez (sin dejar siquiera un mensaje en su contestador, aunque el mensaje de Clara precisa que si la quiere, lo hará). Max se sale con la suya sin haberse esforzado apenas; pero así son los hombres, o al menos los escritores, parece decir la película. 

La historia es bastante previsible, como si ya hubiera sido contada —aunque, en su banalidad teñida de sensatez, el discurso de Rebecca sobre el ciego egocentrismo del héroe resulta bastante catártico—, y las palabras son demasiado numerosas, demasiado vacías, como en las ficciones que inventa Max. Y, pensándolo bien, Montauk, lugar de retorno, siempre ha sido un destino, jamás un origen (es decir, un fundamento) para este amor entre Max y Rebecca que cuenta toda la película, pero que realmente nunca ha sido consumado, realizado. Esta dimensión, que primero resulta fantasmal para luego pasar a ser francamente fantasmagórica, del evento central de la trama, este amor supuestamente original que resurge del pasado, explica que nos cueste interesarnos por este no-lugar rodeado de palabras vanas, de una visualidad demasiado simplista (desde los conjuntos de Clara a la gran casa de diseño, toda de blanco, al borde del mar). Uno llega hasta preguntarse con cual de las dos formas de arrepentimiento evocadas al principio del film está más emparentada Return to Montauk.

Producida por las compañías alemanas Ziegler Film y Volksfilm, la francesa Pyramide Production y la irlandesa Savage Productions, la película es vendida internacionalmente por Gaumont

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(Traducción del francés)

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