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CANNES 2018 Un Certain Regard

Crítica: Rafiki

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- CANNES 2018: El segundo largometraje de Wanuri Kahiu, presentadoa en Un Certain Regard, indaga en una relación lésbica en la sociedad conservadora de Kenia

Crítica: Rafiki
Samantha Mugatsia y Sheila Munyiva en Rafiki

Basado en el cuento corto ganador del Premio Caine, Jambula Tree, de Monica Arac de Nyeko, que fue ya adaptado en un cortometraje por la directora y su coguionista, Jenna BassRafiki [+lee también:
tráiler
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ficha de la película
]
, el segundo largometraje de Wanuri Kahiu, es un drama lésbico sobre la llegada a la adultez ambientado en un suburbio muy unido de Nairobi, donde todos se conocen. La película tuvo una buena acogida en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, después de ser prohibida en su país de origen, donde el tema sigue siendo tabú. La severa decisión de la Junta de Clasificación Cinematográfica de Kenia solo sirve para reflejar el conjunto de valores de esta conservadora sociedad marcada por los patrones tradicionales de género en un país donde la homosexualidad todavía es sancionable por ley. Por lo tanto, no es de extrañar que haya pasado algo de tiempo para conseguir realizar esta película, principalmente a través del muy necesitado apoyo financiero y el respaldo de los laboratorios de desarrollo de diferentes festivales de cine y, por supuesto, gracias al programa ACPCultures+, implementado por la Secretaría del Grupo de Estados ACP y financiado por la Unión Europea.

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La principal protagonista, Kena (Samatha Mugatsia), es una adolescente muy masculina cuyo tiempo se divide entre trabajar en la tienda de su padre y matar el tiempo con los chismes del vecindario. La película comienza con una colorida presentación de su comunidad (mientras patina por el suburbio conocido como “The Slopes”) y la vida jocosa de la calle se revela en una banda sonora al ritmo de hip-hop.

La vida de Kena se pone patas arriba cuando conoce a Ziki (Sheila Munyiva), la hija del opositor político de su padre en las próximas elecciones locales.  El vecindario parece no sospechar que exista una razón oculta de esta amistad acelerada (“rafiki” significa “amigo” en swahili), pero la pregunta que se hacen los chismosos del pueblo es “¿Lo sabe su padre?”, refiriéndose a la improbable conexión entre las hijas de los enemigos políticos, tiene un doble sentido. El vecindario, solo al tanto de un único caso de homosexualidad de joven constantemente acosado, está acostumbrado a que “las chicas buenas se conviertan en buenas esposas”.

Es una dulce y vacilante historia de amor con mucho que dejar a la imaginación. Por sí solas, las buenas intenciones no suavizan algunos tropiezos en la narrativa causados por los clichés cinematográficos, así como los recursos narrativos relacionados con el tema, lo que será dolorosamente familiar para las audiencias occidentales. Los diálogos, así como las escenas de sus primeros encuentros íntimos, son momentos cuidadosamente construidos de sentimientos protegidos. El público joven apreciará los tonos informales y la escasez de la torpe moralidad.

No obstante, Rafiki es una película destinada a impulsar un diálogo muy necesario sobre este tópico, y es algo único en el panorama cinematográfico de este país. Hay una gran escena en la que un sacerdote da un sermón en la iglesia en el que dice que está sorprendido por los kenianos que desafían al gobierno con su postura sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo: “Dicen que es un derecho humano […] ¿no es Dios quien decide lo que es correcto y lo que no?

La raíz de los activos más fuertes de Rafiki procede de las elecciones hechas por el director de fotografía, Christopher Wessels, enfocándose en la intensa paleta de colores que acentúa los matices del pasaje suburbano.

Rafiki fue producida por la sudafricana Big World Cinema y la keniana Afrobubblegum en coproducción con la francesa MPM Film, la libanesa Schortcut Films, la noruega Ape & Bjorn, la holandesa Rinkel Film, y la alemana Razor Film, en asociación con Tango Entertainment.

La película recibió una gran subvención de 303.000€ del programa ACPCultures+.

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(Traducción del inglés por Cande Gómez Sánchez)

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