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MÚNICH 2019

Crítica: Limbo

por 

- El primer largometraje de Tim Dünschede es un thriller explosivo donde el corrompido mundo de las finanzas se desarrolla en bajos fondos laberínticos y asfixiantes

Crítica: Limbo
Mathias Herrmann en Limbo

La tensión se palpa desde el principio en el primer largometraje de Tim Dünschede, Limbo [+lee también:
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ficha de la película
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, un thriller proyectado en la sección Spotlight de la 37ª edición del Festival de Múnich, que es también su trabajo de fin de carrera en la Escuela Superior de Cine de la ciudad bávara y cuyo título en inglés recuerda la idea de la incertidumbre entre dos mundos. La historia (escrita por Anil Kizilbuga) empieza en una oficina anónima sumida en la oscuridad a excepción del rostro de Ana (Elisa Schlott), auditora financiera, y de la pantalla del ordenador donde descubre una incoherencia grave que revela malversaciones. La historia sigue como una carrera contrarreloj en el transcurso de una noche, por los lugares fraudulentos y sombríos donde Ana, idealista y pura, será la única presencia femenina significativa de toda la película.

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Su primera misión, verificar la información lo más rápido posible para advertir a sus superiores, la conduce a infringir las normas, pero esto resulta ser una valla que sirve más para proteger a los evasores que para preservar la integridad de la empresa. A partir de ese momento, su insistencia por revelar el problema a sus jefes inmediatamente, aunque todos le exigen que espere al lunes, la arrastra a la extraña atmósfera del coche de su jefe y de otro financiero cínico, a quienes acompañará a un bar inquietante donde las peleas son la cara visible del abanico de actividades ilegales que se practican allí. Pues este lugar, a lo Winding Refn, donde las luces surgen con violencia de la oscuridad para resaltar la extrañeza nefasta de los personajes que lo frecuentan, es una guarida de criminales de guante blanco, cuyas maniobras, lejos de ser propias de sus impolutos trajes, implican apuestas tan grandes que el sudor que resbala por la frente de Frank (Mathias Herrmann) es la manifestación física más benigna del peligro que contamina esos túneles y escaleras secretos, dominados por un personaje terrorífico y todopoderoso llamado Le Viennois (Christian Strasser), y donde circulan seres moralmente dudosos liderados por el viejo Ozzy (Martin Semmelrogge).

Otro infiltrado, cuya noche empieza en una habitación cerrada que también alberga un coche que vuelve a recorrer, a paso lento, ese laberinto infernal repleto de los vicios más crueles (que algunos responsables urden en la oscuridad para luego matarse unos a otros llegado el gran día), es el agente encubierto Carsten (Tilman Strauß), que ya conoce a Ana, fuera de los elementos perturbadores y de espías del exterior en este universo sombrío y cruel. Juntos continúan su carrera-persecución, seguidos de la cámara inquieta de Holger Jungnickel, y acompañados por las composiciones electro augurales de David Reichelt, que dejan entrever que la protagonista está perdida desde el principio.

Sobre un tema muy actual, el de un mundo financiero devorado por la gangrena y los compromisos enmarañados que lo convierten en una máquina sin control, Dünschede escenifica un thriller tan problemático y atmosférico que se vuelve alarmante como un grito de supervivencia en la noche por parte de un ser desesperadamente solitario que rechaza, hasta las últimas consecuencias, ser vencido.

Limbo ha sido producida por Nordpolaris, en coproducción con Koryphäen Film.

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(Traducción del francés)

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