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PELÍCULAS / CRÍTICAS Alemania

Crítica: Alive

por 

- El drama de espíritu teatral del director alemán Michael Siebert sigue los últimos días de vida de una pareja de enfermos terminales

Crítica: Alive
Wolfram Rupperti y Sophie von Kessel en Alive

¿Es posible enamorarse cuando solo te quedan unas semanas de vida? Los actores de teatro Sophie y Wolfram (Sophie von Kessele y Wolfram Rupperti) se conocen en el hospital, donde ambos han sido diagnosticados con cáncer terminal. En la película de Michael Siebert, titulada antifrásticamente Alive [+lee también:
tráiler
ficha de la película
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(cuyo título original en alemán, Lebendig, es mucho más rico en matices y rinde homenaje involuntario a la increíble Vivir, en la que Akira Kurosawa trataba el mismo tema), los protagonistas pasan los últimos días de sus vidas juntos antes de su destino común, en el que se entrelazan los instintos de vida y muerte. Como escribió Víctor Hugo a Juliette Drouet, “amar es más que vivir”.

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Sophie se aferra a los recuerdos de su época sobre el escenario. Tiene un magnífico traje de teatro colgado en su apartamento de Múnich, cuyas paredes están empapeladas con portadas de la revista berlinesa Tanztheater, que, sumado al montaje teatral de la película, que se desarrolla casi exclusivamente en interiores, revela la pasión del director por el mundo del teatro. No obstante, Siebert también demuestra su conocimiento de las herramientas que rigen el lenguaje cinematográfico, como el encuadre y la edición, y sabe cómo utilizarlas. Inspirándose en las películas de Ingmar Bergman, el director alemán hace uso del mecanismo teatral que revela de forma implacable el trágico ascenso y caída de un personaje. Durante los momentos más reflexivos de Sophie, nos transportamos a través de varios fotogramas a una larga secuencia de una obra de teatro, que veremos hacia el final de la película. En ella, observamos a 14 bailarines actuar en el Residenztheater de Múnich, alrededor de una Sophie inmóvil que está a punto de caer en un sublime totentanz, con Wolfram como único espectador (la secuencia cuenta con una notable coreografía a cargo de Nunzio Lombardo, así como la partitura de Vera Maria y Matthias Weber).

Por su parte, Wolfram sufre mucho por verse separado de sus hijas Emilia y Pippa (las hijas reales del actor, Emilia y Philippa Rupperti) y comienza una relación que se apoya tiernamente en la ausencia de un futuro. El hombre se engaña a sí mismo sobre la posible unión de estas dos realidades, y le cuenta a Sophie un sueño que ha tenido: “Estábamos tomando el sol en una playa, felices, con tu hijo y mis hijas”. En realidad, el hijo de Sophie, Matisse, es una ausencia que conforma una relación madre-hijo fallida, una maternidad posiblemente sacrificada en pos de una carrera artística. Sophie intenta comunicarse con él de forma obsesiva, pero este nunca contesta al teléfono. La mujer interroga a la exnovia de Matisse, Thia (Cynthia Micas), que también es actriz, para saber algo de él (y esta admite haber tenido un aborto, explorando una vez más el tema de la vida y la muerte, así como el rechazo de la maternidad). La enfermedad consiste en conocerse a uno mismo y aprender a repensar quiénes somos; una reevaluación definitiva de la propia vida.

Las citas médicas, las náuseas, los vómitos, las abundantes hemorragias nasales y la caída del cabello son signos tangibles de la cercanía de la muerte, que se abren camino en el día a día. "Ya no soy una mujer", concluye Sophie mirándose al espejo. En un momento de extrema ostentación, la mujer invita a algunos amigos a cenar, pero en lugar de anunciar su muerte inminente, les dice que ha completado su tratamiento y que está curada. Solo su mejor amiga, Uli (Ulrike Willenbacher), disfruta de una amistad realmente cercana con ella, y acepta a regañadientes ayudarla a acelerar el acto final. A Michael Siebert no le preocupa la empatía del espectador hacia sus protagonistas; apenas toca temas como los lazos familiares, la enfermedad o el derecho a poner fin a la propia vida. En su lugar, se centra en la tragedia humana y el amor, de forma un tanto romántica. El monólogo final resulta vergonzoso, con Wolfram adaptando sin sentido uno de los mejores momentos de la historia del cine, el final de El gran dictador, de Charlie Chaplin ("de significado inagotable", como escribió André Bazin en 1945), a la realidad de una pareja de amantes enfermos, anulando un gran trabajo de guion hasta ese momento, y restando énfasis a la importancia de aquello que no se dice.

Ganadora de más de una veintena de premios en festivales de todo el mundo, incluyendo el galardón a la mejor interpretación para Wolfram Rupperti en el Festival Internacional de Cine de Milán (MIFF), Alive es una producción de la propia compañía de Siebert, GTM Entertainment.

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(Traducción del italiano)

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