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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Frozen City

por 

- La extrapolación que hace Aku Louhimies de un taxista de una serie televisiva es un poderoso cine autónomo

En el sombrío drama finlandés Frozen City [+lee también:
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]
(Valkoinen kaupunki, literalmente, “Ciudad Blanca”), el amor que un padre da a sus hijos es lo que lo hace seguir adelante y lo que nos hace sentir a nosotros por él, a pesar de su carácter incontenible, como su don para decir las cosas erróneas en el momento erróneo. La película –que es una continuación de un argumento que envuelve a un taxista que empezó en la serie televisiva finlandesa Fragments- es claramente parte de la tradición, de dramas escandinavos que hacen frente a las emociones cara a cara, como en las películas del movimiento DOGME, el trabajo no experimental de Lukas Moodysson y, por último pero no por ello menos importante, el trabajo previo de Aku Louhimies, Frozen Land (Paha Maa).

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Como Frozen Land, Frozen City se ambienta en un Helsinki casi enterrado bajo la nieve y a menudo en la semioscuridad, y que la granulada cinematografía digital sólo la reduce aún más a un ambiente hostil y poco acogedor. Veli-Matti (Janne Virtanen) es un taxista (o mejor dicho, un Taxi Driver; por las varias referencias a la película del mismo nombre de Scorsese, para aquéllos que no las pillen), cuyo carácter violento lo llevará a numerosos problemas. Parece ser el perfecto tipo agradable con sus hijos, incluso aunque su mujer hubiera desaparecido cuando el hijo menor contaba con sólo un par de meses. Cuando ella regresa tras una inexplicada ausencia de dos meses, Veli-Matti se da cuenta de que no pueden seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido; él sugiere mudarse y que cada uno lleve su propia vida.

Ello debilita su posición de padre cariñoso, lo que preocupa a los niños: lucha por un acuerdo a medias, pero su esposa prefiere un acuerdo más a su medida, incluso si fue ella quien abandonó a la familia durante dos meses. Veli-Matti intenta hacer lo que puede por sus hijos, a pesar de la carencia crónica de tiempo y recursos, y sus acciones son como un curso acelerado de padres solteros de bajo presupuesto: hace bollos de pan con sus hijos, les lee, los lleva de aventuras en su oscuro piso sin amueblar, cocina tortitas en una olla al fuego dentro de una cacerola. Cuando llega la primera decoración, un conjunto de –hay que admitir, horribles- cortinas, se produce el principio del fin, como un destino (o, si se prefiere, providencia, o manipulaciones de la trama) que empieza a conspirar contra él. Veli-Matti será declarado culpable de un crimen que no recuerda haber cometido y es encarcelado, mientras que la madre de los niños conseguirá su custodia.

Aunque Frozen Land (que era una versión actualizada de una historia de Tolstoy) era una buena película, su red era demasiado amplia; La historia de Frozen City es mucho más compacta y Louhimies mantiene su foco directamente en su taxista y sabe cómo hacer de él un ser humano afable y simpático mostrando su incondicional amor por los niños, incluso cuando el mundo que le rodea se desmorona y se congela. Es esta cualidad la que eleva a Frozen City de un drama simple, de poca tecnología y escaso reparto a una fascinante tragedia humana de proporciones Dostoievskianas.

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(Traducción del inglés)

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